Ven, te voy a contar un cuento...
Erase una vez una niña.
Observaba a los demás y no entendía de que manera podría encajar con ellos.
Pasaron las horas, las nubes, los veranos y la niña se hizo Mujer. Parecia encajar con algunos
ahora pero todavía no sabía si eso era algo que pasaba de verdad o solo lo
entendía así en su cabeza. Los días se alternaban y la niña aprendía que ser
Mujer significa estar entera y rota a la vez. Siginifica tener sed mientras
estás llena de agua. Cuando no encontraba agua para beber, la niña hacía uso del
liquido que guardaba en sus ojos. Lloraba y bebía sus lagrimas para saciar su
sed. Un día la niña, que ya desde hace tiempo se había hecho una Mujer entera y
rota a la vez, se dió cuenta de que si ella misma era capaz de saciar su sed
sin la ayuda de nadie, pues eso significaba que ya era una Diosa. Se desvistió entonces de la ropa que llevaba y se vistió con
el traje de la Diosa. La niña, hecha una Diosa, conocía muy bien que algo no
existe sin su contrario y por eso, algunas noches o alguna tarde sofocante de
domingo, dejaba circular libremente el Monstruo
que equilibraba la Diosa dendro de si. Solo así encontraba la paz interior.
Cuando vió que también tenía la capacidad de controlar el Monstruo, la niña
reconoció al espejo que era ya una Bruja.
Pero entonces, la niña se sintió más sola que nunca, pensó que todo eso no
tenía ningún sentido, que era muy agotador vivir así, que no aguantaba más no
tener nadie digno de ella para compartir sus noches y sus días. Y quiso
encontrar un niño, que sabría desde hace tiempo que era ya un Hombre -entero y roto
a la vez- que habría sospechado que dentro de si llevaba un Dios y un Monstruo
y que si habría llegado hasta ahí reconocería además que el era también un
Brujo.
La niña estaba segura de que lo que buscaba ya existía en
algún lugar allí fuera. La prueba era su propia existencia, no puedo ser yo la única que lleva este
secreto, otros habrán llegado hasta aquí, pensó. Pero tenía una duda que le
iluminaba las noches y le oscurecía las mañanas. ¿A caso debía como Bruja usar
el truco para traer a ese hombre en su vida o sería mejor dejar que el la
encontrara solo y a su ritmo? Sabia que si quisiera podría buscarle, aunque
llevaba ya bastante tiempo cansada de los que delante de ella aparecían sin la
más mínima habilidad de adorarla como se merecía. Dudaba mucho, y es que la
niña no quería sentir que encontraría lo que buscaba con filtros mágicos,
trucos y hechizos de la Bruja o su encanto de Mujer. Prefería verle llegar de
lejos, sólo, acercandose a ella tranquilamente, entendiendo el también su
propia fuerza, dejandose llevar por la atracción en libre albedrío (voluntad).
Quería que el niño buscara con timidez a la niña. Quería que el Hombre se
sentía seducido por la Mujer. Quería que el Dios equilibraba con el Montruo de
ella y la Diosa domaba el Monstruo de el. Y quería también que sus filtros
mágicos se descativaran los unos a los otros, que los hechizos se desharían y
que los dos se convirtirían por fin a lo que siempre fueron el uno para el
otro.
La niña vigilaba impaciente las noches, aun sabiendo que
todo lo que ocurre siempre ocurre en el Presente. Un día decidía buscarle, otro
día decidía esperarle, el tercer día se ocupaba de alguien que le mostraba interés, el cuarto día decidía
aislarse y no creer en nada. El quinto día vió una figura parpadeando en la
distancia. Se hizo tan feliz que decidió de sin más que era El el que se
acercaba. Se vistió con ropa nueva, velos
para seducirle y colores para provocarle. El tanto que se acercaba y tanto
que segía lejos. La niña de repente se entristeció, no será El, pensó. La Mujer quiso esperar un poco más hasta
asegurarse. La Diosa ya sabía cual era la verdad y el Mosntruo dentro de ella
rugía golosamente. La Bruja se dió cuenta de que sin trucos tardaría mucho más
el encuentro. Aquél hombre llegaba de lejos y aún no era posible saber quien
era de verdad. Pero llevaba con el secretos, inseguridades, miedos y un harén
de mujeres, quizás porque no se sentía bastante hombre en su soledad. Pues, no
era el, digno de ella. O si lo fuera, tenía que recorrer mucho camino por
delante hasta llegar. Pensó entonces escribirle unas palabaras, mandarselas a
el, decirle: “Si eres Tu, ya lo sabrás
que todas las mujeres que conociste era Yo. Que todas las que llevas contigo,
todas ellas se visten con mis deseos, todas te traen a Mi. Que todas las que
has buscado nunca, todas las que quisiste, todas las que tocaste, todas las que
te dieron o te quitaron fuerza, era Yo que te esperaba en el Presente. Pero si
tu no eres Tu, no vengas hasta aquí, no eres el que espero.”
Pero la figura seguía lejos y la niña al final no hizo
nada. Sólo se quedó un poco más en el balcón mirando hacia el y dejo una
lagrima saciar su sed confusa por un rato. No
tiene sentido, penso ya canasada de esperar, otra vez seré yo la que me pongo a dormir esta noche. Tarda más el
Presente que vamos a vivir juntos. Se quitó los colores de su cara. Se
desató los cordones de sus zapatos. Se desvistió el traje de la Diosa. Lo
arregló todo como siempre hacia y como una niña que era se metió en la cama
esta noche también sola. Y se durmió.
Soñó con una mujer que le decía: Ven, te voy a contar un cuento...