Volvía de la biblioteca pública siempre de buen humor. En
un principio no prestaba atención pero luego era demasiado obvio incluso para
mi. Lo notaba desde el momento que cerraba la puerta y me saludaba. Su Holaaa de volver de la biblioteca no
tenía nada de los otros holas que decía. Me llamaba mucho la atención porque en
general era una chica bastante tímida y no muy espontánea. Le había conocido en
la universidad cuando yo tenía todavía un año para acabar y ella hacía sus
practicas. Conectamos sin esfuerzo y eso era, creo yo, lo más esencial de
nuestra relación. Sin esfuerzo. Decidimos vivir juntas cuando yo firmé mi
primer contrato y ella lo dejó con su novio. Momento ideal. Compartir piso con
la chica que menos problemas me daba. Me acostumbré a sus silencios y sus
huecos de comunicación. Cuando surgía que algún libro o disco le afectaba se
cerraba en su habitación y yo seguía mi vida a solas. Eso no pasaba muy a
menudo. Libros y cds entraban y salían de casa en un ritmo difícil de seguir
pero la mayoría no le llamaban la atención. Eran como objetos en la mesita de
noche. O al lado de un sillón. Acumulaban polvo por unos días y de repente
desaparecían. Para juntarse con otros en la biblioteca asumía. Casi nunca
hablaba de eso. Su relación con los libros era un misterio. Así por lo menos
pensé cuando noté días seguidos su saludo al volver de la biblioteca. Pensé que
había conocido a alguien. No quiso confirmarlo ni desmentirlo. Dejé el tema
preocupada por mi propia existencia y mis problemas fatuos de sobrevivir. Pero
cuanto más polvo se llenaba mi vida, más notaba el contraste con Silvia. Cada
vez más su hola tenía los vocales
alargados y el cierre de la puerta se oía más fuerte. Cada vez menos se cerraba
en su habitación para perderse en las páginas de libros grandes y pesados. Me
bloqueé. Una vez, le pregunté a la cara con voz agresiva y sin pensar. Como si
ella tuviera la responsabilidad por mi declive. Silvia, ¿que coño te pasa? Eso le dije. Y me fui sin esperar
respuesta alguna. Se quedó en el medio del salón confundida pero el día siguiente
volvió de nuevo con el aire de triunfadora. Pensaba que lo hace contra mi. Mi
trabajo no me llenaba y era una época de ligar con el vacío de estas que
algunos llaman crisis de los 30. O los 40. Da igual. Silvia era más joven que
yo. Y empecé a notar que no era nada fea. Tenía una cara dulce, que más
insinuaba cosas que las aclaraba. Se podría ver de muchas maneras. Si cambiaba
un poco su manera de vestir podría tener mucho éxito con los hombres. Pero ella
no quería. Se mostraba contenta con su vida. Y eso a mi hacía subir por las
paredes.
Una tarde, decidí seguirla. Convencida de que tiene una vida escondida
de su mejor amiga y compañera de piso. Segura de que iba a descubrir su secreto
bien guardado. La seguí. Pasó por la panadería del bario para comprar algo y se
dirigió hacia el parque. Mi cabeza ya proyectaba posibles salidas para su
historia. Alguien le esperaría en el parque. Tendría un amigo secreto. Se
quedaba con un familiar mío y no quería contármelo. Se había metido en una
relación amorosa que tenia que guardar como secreto por ser la tercera persona.
Mi cabeza iba más rápido que mis piernas. La contemplaba todo el tiempo que se
quedo quieta en un banco del parque para comer la delicia de la panadería.
Sentía como si esto era una película muda y además sin el montaje acabado. Se
levantó y la seguí con mucha precaución hacia la biblioteca. No podía creer que
su vida, que parecía vacía y aburrida me había fascinado tanto que creaba
historias en mi cabeza. Pero todavía quedaba tiempo. A lo mejor había quedado
con alguien en la biblioteca. A lo mejor... Dejé que pasara un rato hasta que
entré. Me escondí detrás del anaquel de las novedades para poder espiar mejor.
Ella estaba de pie delante de la letra V de la Literatura Española Contemporánea.
A estas alturas no tenía ni idea que esperar. Ni me importaba si la gente se
había dado cuenta de que no era exactamente la lectura el propósito de mi
visita. En unos minutos, que no puedo decir si eran muchos o pocos, Silvia se
dirigió hacia la puerta sin llevar ningún libro y se fue.
Me quedé atontada. Que coño me pasaba a mi era la
pregunta adecuada. La decepción pesaba por debajo de mi ropa y encima de mi
piel. Mis zapatos parecían amoldados de hierro. Yo no era yo. Pero la respuesta
a mis problemas inventados no estaba lejos. Arrastré mis piernas hasta la letra
V de la Literatura Española Contemporánea. Adopté la misma postura que tenía
ella y empecé a hojear. Vásquez, Valdés, Vidal, Villa-Matas. Villa-Matas. El viaje vertical, Doctor Pasavento, París no se
acaba nunca, El mal de Montano, Dublinesca. Dublinesca. Página 153. Hay un pequeño papel blanco con una nota.
Con una frase escrita con tinta azul y por debajo una respuesta. La frase dice:
“Se vive con la
esperanza de llegar a ser un recuerdo”
Antonio Porchia
Y la respuesta, escrita con otro tipo de letras y en
color rojo:
Quiero que seas
más que un recuerdo.
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